Preguntas que solo aparecen en verano
Una libreta abierta, el café ya frío, la luna de Valencia… y cuatro palabras que regresan.
Ayer por la mañana, en la terraza de La Más Bonita, el café se me enfrió dos veces. Me pasa mucho en verano: me pierdo escribiendo y, cuando levanto la vista, ya no queda ni una brizna de calor. En la mesa de al lado —sin disimulo— dos chicas hablaban de cine. De una película que las había dejado tristes, pero también más lúcidas. Tomé nota sin querer: hay cosas que se quedan por cómo suenan.
En ese momento pasó una niña por la acera, vestida con tul rosa y corona de cartón. Se dirigía a una función de fin de curso, eso era evidente. Caminaba como si no quisiera quitarse el disfraz. Me hizo sonreír. Pensé que quizá por eso me gusta tanto escribir en verano. Porque todo parece más posible que real.
Sin darme cuenta, ya tenía escritas cuatro palabras: belleza, mímesis, goce, catarsis. Palabras antiguas. Y, sin embargo, siguen viniendo. Me llevan a preguntas nuevas. ¿Qué queda de todo eso cuando escribo? Cuando una película me remueve, o una imagen me obliga a detenerme.
Digo arte bello sabiendo que es una expresión antigua. No la uso como certeza, sino como gesto de búsqueda. También podría decir experiencia estética, conocimiento sensible, o simplemente: eso que me deja pensando en silencio, incluso cuando no lo entiendo del todo.
Con la mímesis ocurre algo parecido. Se ha pensado como imitación, pero muchas de las obras que más me atraviesan no reproducen nada. Construyen mundos, muestran lo que no ha ocurrido pero podría ocurrir. En ese gesto, también hay verdad. Como decía Goodman: la ficción no es lo contrario de la verdad.
Y sobre el goce… durante mucho tiempo pensé el placer estético como un dejarse llevar, una forma de entrega sin esfuerzo. Hoy pienso que también puede ser otra cosa: una implicación activa, una incomodidad fértil. El arte no siempre calma; a veces despierta.
Así voy llenando páginas: con escenas, notas sueltas, frases que me interrogan. El conocimiento no llega siempre por imitación. También aparece en el roce, en la sorpresa, en el desconcierto. No siempre se entiende. Pero se reconoce.
Y la catarsis... ya no la imagino solo como purga o descarga. Hay obras que integran, que reorganizan lo vivido. Como cuando lees algo y piensas: “esto me pasó, pero no sabía que tenía nombre”. El arte, como dice Nussbaum, nos confronta con lo real. Pero lo hace con cuidado. Como quien acompaña.
Por la noche, volví a mis anotaciones en La Paca. Pedí una copa de vino blanco y escribí una frase que aún no he borrado: “No se trata de explicar. Se trata de tocar algo que estaba esperando ser tocado”. Me pareció suficiente. En ese momento, alguien cruzó la terraza con una bolsa de hielo apoyada contra el pecho y la toalla aún húmeda al cuello. Venía del mar. A su paso, dejó un rastro de sal, sol y algo más difícil de decir.
Me quedé mirando ese gesto leve y pensé que quizás la filosofía del arte se parece mucho a la de una vida creativa: no hace falta ser escritora o pintora para vivir así. Basta con cuidar los gestos, con estar presente. En cómo servimos un café, cómo escuchamos una canción, cómo dejamos una nota escrita sobre la mesa. Como si todo pudiera ser una forma de obra. Como si vivir también fuera una manera de crear. Y un cerrar los ojos y respirar viento salado.
¿Y tú? ¿Qué preguntas te llegan cuando el aire huele a sal y todo parece más posible que real?
Gracias por leerme,
María / Versa Mery
Querida, te he leído dos veces, he tomado notas tumbada en mi cama y después me he quedado sin palabras. Me has dejado en ese lugar del que hablas en un texto, “tocada”, sacudida por algo que me pasma y conmueve a partes iguales, que acelera mi corazón en el cuerpo quieto. Gracias por habitar en ese espacio en el que tan pocas, gracias por compartirlo con las que aún estamos al otro lado. Besazo 💙